Por: Daniela Konietzko
En la era digital, los datos se han convertido en un pilar fundamental, sobre el cual se toman decisiones estratégicas, en diversos ámbitos. Desde la política pública hasta las intervenciones comunitarias, la recopilación y análisis de datos permite identificar necesidades, definir prioridades y medir el impacto de las acciones. Sin dejar de lado otros usos, como el que tienen en el mercadeo y la publicidad, llegando a convertirse, incluso, en un factor de preocupación y regulación para los Estados.
Todo esto hace esencial que como sociedad comprendamos la importancia de los datos, y adoptar un enfoque inclusivo y ético en su manejo, para comprender de mejor manera realidades que necesitan ser analizadas, como las causas de la desigualdad, entre otros.
Recientemente, más de 1.200 personas se dieron cita en el Foro GLI Latam 2024, celebrado en Buenos Aires, Argentina, para impulsar la inversión con enfoque de género en la región. Su agenda incluyó un círculo de aprendizaje, en el que representantes de distintos países conversamos sobre el poder de los datos en la búsqueda de la igualdad, entendiendo que sin los mismos es difícil cerrar las brechas. Los datos permiten comprender mejor los problemas, diseñar intervenciones y evaluar resultados. Sin embargo, no basta con tenerlos, incluso en grandes cantidades; es esencial contar con los datos correctos y examinarlos para que adquieran su verdadero valor.
La desagregación de datos por variables como sexo, edad, etnia y ubicación geográfica puede revelar disparidades ocultas. Por ejemplo, el ingreso promedio parece adecuado cuando se ve de manera general, pero al desglosarlo por sexo, se descubre que las mujeres ganan significativamente menos que los hombres. Este tipo de mirada permite que los programas sean específicos y efectivos. Otro ejemplo claro es el análisis de la pobreza. En muchos casos, los datos agregados pueden ocultar la severidad de la misma en poblaciones específicas, pero al discriminarlos por regiones o grupos demográficos, se identifican áreas donde la pobreza es más aguda, y así dirigir recursos y esfuerzos hacia donde más se necesitan.
No hay una receta única pero sí claves para alcanzarlo; por ejemplo, generar una cultura en las organizaciones alrededor de la calidad de los datos y que realmente se utilicen en la toma de decisiones. Se requiere, además, promover la democratización del acceso a la información, con el fin de que no se quede en un anaquel, sino que se ponga al servicio de la sociedad, cumpliendo estándares de calidad y ética, que protejan la privacidad, y que estén disponibles para la consulta, combinación y uso, junto con otras fuentes confiables.
Para hablar de una experiencia propia, en la Fundación WWB Colombia nos dimos cuenta de que no había información puntual sobre la situación de las mujeres en Cali y el Valle del Cauca, lo que nos llevó, en 2017, a crear una alianza con la Universidad ICESI que dio origen al Observatorio para la Equidad de las Mujeres OEM, el cual es hoy un referente de la incidencia en política pública con enfoque de género. El OEM, realiza cada dos años una encuesta que profundiza en la situación de las mujeres del suroccidente del país; información con la cual promueve la inclusión en los planes de desarrollo de gobiernos locales, de medidas y acciones en pro de la igualdad, traduciendo los datos en acciones.
Cada día que pasa sin contar con información desagregada es uno más que se navega a ciegas o en el que se trabaja en ‘soluciones’, lejos de la realidad de poblaciones con características especiales o tradicionalmente inmersas en estadísticas globales, como ocurre con las mujeres, lo que implica que no se avance en políticas con enfoque diferencial.
El poder de los datos crece con el tiempo. Asegurar que sean inclusivos y tratados con respeto e integridad es fundamental para construir una sociedad más equitativa y justa. Debemos empezar ya, es hora de darles su lugar, como factor clave para el desarrollo.