Por Daniela Konietzko Calero
Hellen García es una emprendedora que de niña anheló ser manicurista o profesora. Con el tiempo, se fortaleció, desde el ser y desde el hacer, y consiguió consolidar su emprendimiento, una sala de manicure, situada en la Comuna Uno de Cali. Hoy, su mirada es distinta y alentadora: “para mí, la pobreza es no tener la capacidad de aprender; no tener la capacidad de superarse. Antes no valoraba lo que cuesta mi trabajo, pero gracias a la formación que recibí, vi más allá y dejé de llenarme de miedos. Ahora tengo mis cosas, cuando antes era algo que veía imposible”.
Las palabras de Hellen evidencian un antes y un después en su historia de vida. En ellas se refleja, además, un punto de inflexión, representado en el momento en que logra desarrollar sus capacidades personales y empresariales, para impulsar su emprendimiento. Seguramente en el camino hubo muchos esfuerzos, caídas y reinicios, pero al final su mensaje nos reafirma en la necesidad de apostar por la formación de las personas emprendedoras, como un aporte al desarrollo sostenible y a la equidad económica en las comunidades.
Amartya Sen, premio nobel de Economía en 1998, reconocido por sus análisis en torno a la pobreza, la teoría del desarrollo humano y la economía del bienestar, utiliza el concepto de capacidades para pensar de una manera distinta la sociedad; sociedades en las cuales más que indagar sobre las necesidades básicas, los bienes o recursos de un individuo, se priorice e invierta en lo que las personas son capaces de hacer o ser. En ese universo, las capacidades constituyen la diferencia y la garantía de la sostenibilidad de las acciones que se estructuren en pro del desarrollo; porque no es lo mismo dar dinero, que tiene un fin, a dotar de habilidades, que no se agotan, y se pueden transferir de manera infinita.
Actualmente, se estima que hay 700 millones de personas en el mundo que subsisten con menos de 2,15 dólares diarios (ONU-CEPAL). En América Latina, el 30% de la población está en pobreza monetaria, mientras que Colombia se sitúa en un 36,6%.
En Cali hay alrededor de 243.000 micronegocios, de los cuales 120.000 son emprendimientos de subsistencia, cuyas ventas son inferiores a un millón de pesos al mes; muchos de ellos son la única fuente o un complemento importante de los ingresos de hogares, en promedio constituidos por cuatro personas. En tanto, en Colombia, tres de cada diez micro emprendedores pueden llegar a generar hasta nueve empleos.
Es ahí donde cobran tanta importancia los emprendimientos de subsistencia o que surgen en contextos vulnerables, y la necesidad de apoyarlos, ya que contribuyen a que decenas de familias del país salgan de la línea de pobreza y aporten al desarrollo económico. La suma de esfuerzos con aliados de la Fundación WWB Colombia, como el Proyecto Oportunidades Sin Fronteras de USAID, aporta elementos para que muchos emprendimientos se potencien.
Por eso resulta fundamental que no solo quienes trabajamos para impulsar los emprendimientos, sino también los gobiernos locales, nacionales y la cooperación internacional seamos conscientes de la urgencia de generar capacidades; focalizar acciones, estrategias y políticas públicas, medibles y replicables, que creen un
círculo virtuoso, capaz de disminuir la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de cientos de personas del país. Se requiere decisión, ampliar la visión, comprender las diferentes realidades y dimensionar el impacto de lo que se puede lograr a mediano y largo plazo.
Bien dice Hellen García, la emprendedora cuya historia da inicio a estas líneas, que “el no puedo es una palabra muy pequeña para toda la capacidad que realmente tenemos”. Sin duda, vale la pena construir pensando en el inmenso poder que tienen las capacidades.