Las intervenciones entre adolescentes se han mostrado como el método más eficaz para evitar los malos tratos, algo que es muy difícil de parar cuando ya ha comenzado.
Escrito por: Pablo Linde. El País de España.
La violencia machista no suele empezar con el matrimonio. Ni en el noviazgo. Ni siquiera en la niñez. Arranca con mucha frecuencia en la generación anterior. Los malos tratos son una lacra que afecta a todos los sectores sociales y países, pero si existe una correlación clara es que quien vio o sufrió violencia tiene más probabilidades de reproducirla y, también, de padecerla.
¿Cómo prevenir esta violencia heredada? Idealmente, evitándola en el seno del hogar, para que los hijos no la aprendan y reproduzcan. El problema es que “es muy difícil cambiar el chip de los adultos”, como explica Andrew Morrison, jefe de la división de Género y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “No tenemos evidencia de que los programas que se emplean con ellos tengan efectividad, sin embargo, con los jóvenes sí, son más moldeables”.
Con estas premisas, las políticas de prevención de violencia machista tienen un importante papel en esa fase crítica de la vida que es la adolescencia. Está demostrado que existen programas capaces de disminuir los malos tratos, sean físicos o psicológicos, que ya aparecen en las primeras relaciones sentimentales. Y, con esto, se estaría cortando en el futuro la transmisión de esta violencia a los hijos de estos jóvenes.
Porque se conoce que los niños que ven violencia en casa son más propensos a ejercerla después. Pero no solo eso: el riesgo de sufrirla en la edad adulta entre las niñas que viven en estos entornos se multiplica por 2,5. ¿Por qué se repiten estos patrones? “No se sabe al 100%, pero la hipótesis es que si crecen en ese ambiente piensan que es la forma normal de resolver conflictos. Hay encuestas a mujeres adultas en Latinoamérica que dicen que el 16% piensan que la violencia contra ellas mismas es aceptable bajo ciertas circunstancias”, explica Morrison. Este porcentaje es todavía superior si se atiende a los adolescentes de todos los países en desarrollo: casi la mitad de las jóvenes de entre 15 y 19 años cree que en ocasiones se justifica, según un informe de Unicef.
Sea por lo que fuere, lo cierto es que una de cada tres mujeres del mundo es víctima de malos tratos de su pareja a lo largo de su vida. Y que el 38% de los asesinatos a mujeres los cometen sus parejas, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En todo el mundo se experimenta con programas para revertir estas cifras. Desde el punto de vista de la prevención, estos son algunos de ellos, cómo lo hacen y su efectividad:
Amor, pero del bueno
Con la idea de aprovechar esta etapa moldeable que es la adolescencia, el programa Amor, pero del bueno experimentó en México con jóvenes y docentes. En primer lugar, se capacitó a profesores y orientadores. En segundo, se impartieron talleres con los propios chavales. Son sesiones participativas en las que reflexionan sobre los roles y estereotipos de género o los derechos sexuales y reproductivos. El programa, en el que participaron 800 adolescentes y 100 docentes, consiguió reducir en un 55% la violencia psicológica perpetrada por los jóvenes varones a sus parejas. Es la más frecuente: según datos oficiales del país, un 76% experimenta violencia psicológica; un 16,5%, sexual y un 15%, física.
Con esta enorme problemática y el éxito cosechado por Amor, pero del bueno, el Gobierno de México ha decidido llevar el programa a escala para probarlo con 10.000 jóvenes. Claudia Piras, economista principal en la División de Género y Diversidad del BID (uno de los promotores del programa) asegura que han extraído tres enseñanzas principales: “Primera: es posible implementar intervenciones en ámbito escolar que contribuyan a cambiar actitudes. Segunda: intervenir en esta edad es fundamental, porque es cuando se consolida la forma en la que se relaciona la pareja. Y, tercera: hacerles reconocer cuándo una relación no es sana y actuar en el momento adecuado es la mejor herramienta para que no se conviertan en víctimas de la violencia de adultos”.
Programa H y M
La ONG Promundo fue la pionera, a finales del siglo pasado, en poner en marcha programas para concienciar a los adolescentes y reducir la violencia machista entre ellos. “Involucrar a hombres jóvenes y empoderar a mujeres jóvenes para promover la igualdad de género y la salud”. Este es el lema de los programas H y M, que fueron experimentados por primera vez en Brasil. Se trata de un grupo de intervenciones complementarias que usan talleres educativos, estrategias de alcance comunitario y una campaña multimedia para potenciar el sentido de control sobre sus vidas en las chicas y para sensibilizar a los chicos sobre algunas de las formas dañinas en que socializan e introducir formas para tomar actitudes y comportamientos de equidad de género. La piedra angular son las actividades grupales que realizan grupos separados por sexos, ya que se comprobó que era la mejor forma para expresar sentimientos y conseguir resultados.
Las evaluaciones de impacto de estos programas mostraron que después de participar en las actividades, ellas afianzaron su conocimiento y comunicación con sus parejas sobre la salud sexual, incrementaron también su autoeficacia en las relaciones interpersonales, hubo disminución en el consumo de drogas y mayor uso de preservativos. En ellos se produjo un notable cambio en la concepción de las actitudes de género.
A la vista de los resultados, la metodología del programa se ha usado en más de 30 países de América, Asia, África y Europa.
Ciudad mujer joven
Los malos tratos machistas se suman a las muchas formas violencia a las que están sometidos los jóvenes (y el resto de la población) en El Salvador. La secretaría de Inclusión Social del país lanzó en 2014 Ciudad mujer joven, un modelo integral de atención que combinó actividades en las escuelas con la filosofía del exitoso programa H y M. “Incluye prácticas de prevención del embarazo y habilidades para la vida que hagan ver, sobre todo a las chicas, que pueden tener mejores expectativas”, explica Nidia Hidalgo, especialista en el país del BID, que es socio del Gobierno en este para aplicar este programa.
Los resultados mostraron una mejora de las habilidades de las chicas para tener conversaciones entre ellas en temas de violencia. “Es algo que se suele callar. Con esta metodología se ha derribado el tabú y conseguido que reflexionen sobre esa situación y la compartan”, asegura Hidalgo. Entre los chicos, sin embargo, el estudio posterior mostró un cambio en los conocimientos de género, pero sus actitudes permanecieron. “No dudamos que trabajo con hombres es de suma importancia, pero hay que intensificarlo. No es lo mismo modificar actitudes para las afectadas, que están más abiertas al cambio, que en la posición de poder que tienen los hombres”, subraya esta experta.
Con P de paternidad
Aunque la etapa de la adolescencia es clave para actuar en la prevención de la violencia, también hay programas que muestran resultados interviniendo en la paternidad. “Existe gran cantidad de evidencia del impacto profundo y duradero de la presencia de padre varón en el futuro de los hijos. Pero en muchas comunidades esto no se estila, no se les ha enseñado a ser cariñosos o estar cerca de sus hijos, sino a proveer”, subraya Clara Alemann, experta de género del BID. “La violencia contra mujer y la niñez están íntimamente relacionadas. Suelen suceder en hogares donde está legitimada por normas sociales; en familias o comunidades con altos grados de desigualdad de género”, continúa.
La ONG Promundo también fue la que comenzó a probar programas de crianza destinados a los padres. Se trata de adaptar la metodología al contexto de cada comunidad para pasar de relaciones paterno-filiales frías e inseguras a clima familiar armonioso. Para ello se trabaja con los profesionales sanitarios, con los padres (masculinos) y sus parejas y con actividades que movilizan a toda la comunidad. En Ruanda y Uganda, esta metodología ha dado resultados positivos de menor violencia y mayor diálogo en el seno de la familia. “En Latinoamérica no hay ninguno con una evaluación de impacto rigurosa”, asegura Alemann. Con P de paternidad se está implementando en comunidades de El Alto (Bolivia), donde por el momento se están midiendo actitudes, conocimientos y prácticas de padres, para comprobar si una intervención logra mejores relaciones, mayor involucración y distribución del trabajo doméstico, y logran reducir la disciplina violenta. Los resultados se conocerán el año que viene.
Lo que los especialistas tienen muy claro es que para combatir la violencia contra la mujer —cuyo día internacional se celebra el 25 de noviembre—, la prevención es la clave. Alemann subraya que hay que empezar lo antes posible: “Ninguna intervención de respuesta a posteriori va a poder contrarrestar este fenómeno. Es necesario empezar antes de que ocurra para evitar la repetición”.
Fuente original: ElPaís.com